Lupus est homo homini, non homo, quom qualis sit non novit
Lobo es el hombre para el hombre, y no hombre, cuando desconoce quién es el otro
Plauto (254-184 a. C.)
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¡Que viene el lobo, que viene el lobo!
Nunca he sido muy amante de fábulas, cuentos infantiles y literaturas fatuas. Siempre han ido más conmigo las aventuras, las historias. Historias de verdad, eso sí. Principalmente las ocultas y olvidadas, difíciles e incómodas de digerir. Aquellas que fluyen siempre a contracorriente. En dirección opuesta a las modas, las tendencias y lo políticamente correcto…
Y por casualidad heme aquí. Más de un año secuestrado por la estupidez y una pandemia que detuvo mis correrías allende los mares.
Y de repente, supongo que también por ese mismo azar y la habitual gran dosis de curiosidad, el hasta entonces ajeno paisaje de las montañas apareció antes mis ojos… Inmaculado, infinito. Y con él, sus gentes. Con sus alegrías y sus penas. Y en medio de todo eso, siempre presente… el lobo. Amado y odiado a partes iguales.
Dos mil setecientos de ellos corren libres en la península ibérica, según el último censo realizado en 2014, en 297 manadas diseminadas principalmente por las cuatro regiones que albergan el 98% de los ejemplares del país: Galicia, Castilla y León, Asturias y Cantabria.
Durante las tres últimas décadas, el número de especímenes según el gobierno central, apenas ha aumentado en España. Sin embargo, en comunidades como Cantabria, se estima que su población se ha sextuplicado siguiendo un claro proceso de expansión geográfica y ya está presente en casi las tres cuartas partes de su territorio.
El pasado 25 de septiembre, el Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico (MITECO) incluyó al lobo ibérico (Canis lupus signatus), en el Listado de Especies Silvestres en Régimen de Protección Especial (LESPRE), lo que supone que este cánido, que antes del año 2000 era considerado una alimaña, no podrá ser cazado en el territorio nacional reactivando así un conflicto que parece no tener fin.
Mientras esta batalla de cifras e intereses políticos se suceden en los despachos, el incremento de los ataques de lobo tiene en vilo a una gente del campo que se siente indefensa y abandonada, ante unas hostilidades que se recrudecen, desatando una nueva guerra civil en la montaña. A la mayoría de ganaderos ya no les compensa tanta ansiedad. Tienen cada noche que subir al monte a vigilar y proteger a su ganado, llegando incluso a dormir en sus vehículos o en alguna de las precarias cabañas repartidas por las cumbres. Familias enteras acuden anticipadamente a buscar a los puertos a sus reses a punto de parir, en donde se alimentan en los ricos pastos, para bajarlas a cercados en cotas más bajas para así por lo menos, poder localizar y recuperar a las víctimas tras un nuevo ataque.
Tampoco les resulta económicamente ya tanta pérdida. Son muchas las mañanas que deben contar las bajas ocasionadas en la última escaramuza. Las ayudas gubernamentales y su burocracia, en la mayoría de los casos no cubren los estragos a la economía. Tardando en cobrar las indemnizaciones entre seis y nueve meses (en algunos casos incluso más) y solo por los animales recuperados y censados. Animal que no aparece, animal que no se cobra. Y hay muchos que nunca aparecen. Como si de una película de miedo se tratase, abducidos por las sombras de la noche, sin dejar rastro…
Esta incertidumbre económica está dando paso a una inseguridad mucho más complicada de diagnosticar y vencer: la mental. La desilusión, la angustia y el estrés, están aflorando en un mundo en el que las preocupaciones del día a día eran otras. Todo ello está conformando un cóctel demasiado peligroso, con una evidencia clara: El lobo cada vez está más cerca y sus ataques cada vez más próximos a las viviendas. Las estadísticas son abrumadoras: el ochenta y cinco por ciento de los “daños” (curiosa metáfora para denominar a los animales ultimados) son ocasionados a menos de cien metros de las viviendas. Se estima que 15.000 cabezas de ganado son “asesinadas” en la península cada año (720 ataques censados según el gobierno autonómico con más de 1200 víctimas recuperadas durante los últimos nueve meses sólo en Cantabria), por lo que demandan acciones concretas que eviten la muerte indiscriminada de sus rebaños.
Pero la guerra sigue. Y parece que así seguirá… Demasiados intereses de por medio. Como siempre. Como para casi todo.
Con unos bandos aparentemente bien definidos que defienden sus posiciones con vehemencia dentro de un extraño ring de cuatro esquinas perfectamente resguardadas. La mayoría de las veces, obviando los argumentos y la visión del prójimo. La lógica.
Por un lado, las organizaciones conservacionistas siempre asegurando lo primordial de la protección y salvaguarda del lobo para mantener la buena salud del ecosistema y proponiendo agilizar las en muchos casos escasas subvenciones por res asesinada, para intentar paliar de alguna manera el impacto económico a las familias de la montaña.
Por el otro los ganaderos, que curiosamente abogan por lo mismo ya que no desean un monte libre de cánidos. Siempre han convivido con ellos y así anhelan seguir. Pero ellos quieren a sus reses. Vivas. Son parte de la familia. Lógicamente no creen justo tener que ser siempre los verdaderos benefactores del “pardo” al que dan de comer cada día con su ganado.
Y entre medias, una opinión pública a la que no le han contado la película desde ambos lados de la historia. Creo que un problema tiene varias aristas que se deben valorar. Todas y cada una. La verdad, a veces, es relativa… Y una clase política más preocupada en no ensuciarse las manos de sangre, no vaya a ser que luego les pase factura. Se antoja complicado, hasta peligroso de alguna manera, enarbolar ciertas banderas en público… Así que ahí siguen, los gobiernos autonómicos y central enfrascados en una contienda de terribles consecuencias en el que las víctimas, lamentablemente, parece que seguirán siendo las mismas de siempre.
Y el lobo sigue muriendo. Por acción o por omisión. Por lo civil o por lo militar.
El sector primario, junto al ganadero de extensivo, también. Y a nadie parece importar. Nuestros pueblos se quedan huérfanos. Sus campos en permanente barbecho. Extraña España vaciada inmersa en una ridícula y malentendida globalización de amantes de la opinión gratuita, la censura y el colegueo…
Y aquí están. Los últimos de Filipinas. Héroes anónimos de unas generaciones que con su sacrificio siempre nos llenaron la mesa de ricas viandas sin pedir demasiado a cambio, y que ahora, se extinguen sin remedio olvidados, ante nuestro desdén desde cualquier ciudad capital. Rostros erosionados por el duro trabajo y maratonianas jornadas de vida. Surcos y más surcos. Montañas y más montañas… he aquí, mi gratitud y pequeño homenaje hacia ellos.
Siempre he creído firmemente en ese derecho no escrito e inalienable que defiende que deberían tener el mismo valor todos los muertos en un conflicto. Sean de uno u otro bando. ¡Ojalá algún día eso ocurra aquí! Por desgracia también creo, que nunca estuvieron tan cerca el hombre y el lobo allá en las inmaculadas e infinitas montañas y los verdes valles de nuestra querida Cantabria. Y al mismo tiempo, nunca estuvieron tan lejos…
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Locución: Walter Lacayo
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